DE LA LABOR DE UN TIEMPO (o shock de la memoria)
... entra un tiempo al corazón con saña y hachas vivas y acampa en él,
sin piedad lo revienta y descuaja, lo tira a un vertedero y lo maldice allí, lo escupe,
lo mira con desprecio y después se va;
… y con el corazón tirado, con la sangre podrida y los pájaros picoteando el óxido
donde se tuvo encendido el ser, no se exige vivir,
pues nadie duda entonces de que ha muerto y de que empiezan a nacerle incluso hierbas,
augurios de sal y arena, cardos, de que empieza a silbar el viento y a dejar cardenillo en los huesos,
señales inequívocas con que escruta y va llenando sus intersticios la soledad;
… por tanto, cuando nace una rosa, uno tiende a ignorar que es en él donde nace,
pues jura y perjura que su sangre podrida y su ser devastado no existen,
que el tiempo se ha ido y que sus hachas ya no pueden herirlo;
en su nada, uno tiende a creer que sus manos de muerte no podrán levantar ya la vida
de los agraces rescoldos del corazón;
… y aún así, en su afán por recobrar los latidos se removerá, llorará, gritará,
y ahíto de dolor, cual un dios desolado recurrirá a la memoria,
pero ésta, con su faz de abandono, acudirá transida por un mar invisible de inenarrable tristeza:
indolente y dañada, no recuerda las rosas.
Antonio Justel / Orión de Panthoseas