CARTA

Una misiva inesperada rompió la frágil existencia
de un día rutinario detrás de otro
logrado a fuerza de años en benéfico deleite.
Rasgué con inquietud el sobre de la carta
y la descubrí allí dentro, pequeñita,
apenas unos rasgos garrapateados
en un pedazo de papel descolorido
inquietaron mi razón y, titubeante,
dudé si abrirla entonces o esperar a luego.

Unos instantes que fueron eternos
en medio del patio en la casa aquella,
entre el dulce aroma de las adelfas
me invitaron a sentarme un rato
para no flaquear mis ancianas piernas.

Extendí en papel y leí un texto
con trazos gruesos y pintura amorfa,
desarrapado, incoherente, absurdo, sin sentido
que dejó obtusa mi mente a la par que perpleja.

Luego de meditar a solas un momento
creí entender aquella misiva
que no era de entonces sino de otro tiempo
en que éramos jóvenes, libres, lozanos,
y jugando a amoríos pasábamos el rato
lejos de las sombras que reinarían luego.

Leí y releí los trazos aquellos
como sombras de un ayer que tenía olvidado,
requerían mi amor, el amor de otro tiempo,
que hoy conforma el olvido de un tiempo pasado.

Leí y releí los trazos aquellos
para en un momento sentir el abrigo
del amor primero, fresco e inexperto,
para sentir el alma incluso juguetona
constatando ahora, pasados los años,
que caía a plomo sobre mis ajados huesos


Mª Soledad Martín Turiño (Castronuevo de los Arcos)