AQUELLA NIÑA
En un recodo del río apartada de los ojos
curiosos que la observaran
está sentada una niña junto al agua que discurre
apacible y amansada.
Su cara es blanca e ingenua, los ojos desconfiados,
unos rizos de azabache perfilan aquel semblante
menudo, aterciopelado, sin asomo de sonrisa
en sus labios apretados.
Observa muy fijamente cada junco, cada rama,
absorta en las aguas frescas que pacíficas rielan
bajo un cielo azul turquesa reflejado en la corriente.
Tienen sus ojos castaños un asomo de esperanza
inherente a un miedo ciego de causa tan ignorada
que ya a nadie sobresalta. Posee la mirada ausente,
perdida en las espadañas, pensando quien sabe qué
en esa mente de niña que se abre a un horizonte
tan vasto como su tierra que es la estepa castellana.
Han pasado muchas lunas, la vida jugó sus cartas,
y a menudo me pregunto si aquella niña es la misma
que hoy peina ya algunas canas, que tiene los mismos ojos
más hundidos y surcados por las huellas que los años
dibujaron en su rostro, y a veces cuando la miro
quisiera abrigar su cuerpo de la intemperie que llegue,
mentirle a su alma para que no tiemble cuando salga al ruedo
proveerla de un amor inmenso y decirle que sea fuerte.
En mi senectud de nuevo me asomo a sus ojos de chiquilla
ingenuos y puros como no fue la vida,
me miran nostálgicos desde su inocencia,
me reconciliaré con ella para que seamos una
y recuperaremos la paz perdida, ya sin ningún miedo
cuando regresemos junto a aquel recodo
a la orilla del río, apartado de todos
para contemplar la vida desde el pequeño cauce
que discurre sereno, plácido e imperturbable.
Mª Soledad Martín Turiño