AMOR
El tiempo que te amé fue siempre breve,
demasiado efímero para tanto fuego
como desprendía el tacto de mis manos,
apasionado cuando recibía tus besos
protegidos por el manto de la noche
entre las calles solitarias de aquel pueblo,
suaves tus manos como el terciopelo
que acariciaban nuestros cuerpossin tregua,
los ojos ardientes y vivaces
repasaban cada poro de piel con ansia
por embeberse de la luz que dimanabas.
Aquel amor intenso y abreviado
fue el resurgir de un tiempo nuevo,
ignoto hasta entonces y desenmascarado
que creció sin prisas hasta ser inmenso,
dobló la esquina de la madrugada
y palpó el tibio reclamo del nuevo amanecer,
hasta fundirse juntos en la alborada.
Después la distancia, el dolor inmenso,
el colosal vacío de un doliente alma,
el vivir por y para aquel recuerdo
que irremediablemente se desdibujaba.
Llegaron los fríos del invierno,
los días no fueron sino inmensas sombras
y solo al nacer los tibios frutos
de una primavera ronroneante y cálida
volvías a mí entre algodonadas nubes
para reconstruir de nuevo mi aura.
Ya no existe desierto, ni penumbra,
solo el orgullo de haber amado un día,
mas no sé si fue el sueño real o disfrazado
o una aventura que confunde mi mente;
solo sé que mi amor fue un día inmenso
y recibí el don de los abrazos,
de besos caprichosos y dicha enorme,
solo sé que amé y que me amaron.
Mª Soledad Martín Turiño