A LAS OCHO DE LA TARDE
A las ocho de la tarde
las manos se juntan en una plegaria,
la gente sale de casa a los balcones,
en un canto común para dar las gracias
a las batas blancas, los pijamas verdes,
los uniformes militares y tantos ángeles
como cuidan de nosotros en este arduo camino.
A las ocho de la tarde
se hermanan los sentimientos,
se cumple con el rito, sonreímos
como si ya no fuéramos tan extraños
y al final, en alguna terraza,
siempre hay alguien que atruena
con un resistiré que a todos apasiona.
A las ocho de la tarde
la soledad rompe el silencio,
el dolor se levanta de la silla
para pelearlo en esos minutos
intensos y delirantes como una invocación
que irá directa al cielo.
A las ocho de la tarde
ruja el trueno o silbe el aire
tenemos un encuentro con el amor y la gratitud
y hasta parece que todos somos hermanos.
Mª Soledad Martín Turiño