CRÓNICA DE UN VIAJE POR LA FRONTERA    (Zamora)

Corría el verano de 1983 y mi mujer yo decidimos dar un paseo de algunos días por los alrededores de la frontera de Portugal. Los dos niños mayores los dejamos en la ciudad de Zamora al cargo de una cuñada que vivía allí. Partimos de la ciudad y nos encaminamos hacia la frontera tomando la nacional 122 que es la ruta de Zamora-Bragança. Al llegar a Ricobayo de Alba tomamos el desvío que conduce a Miranda do Douro en cuya ciudad nos paramos a tomar un aperitivo y visitamos la catedral construida a base de roca de granito color de ceniza; no paramos mucho, pues la hora de comer se acercaba y reiniciamos nuestro andar hacia la pequeña ciudad de Mogadouro distante, tan solamente, unos cuarenta kilómetros de Miranda. Al llegar allí ya era hora de la comida. A la entrada de la ciudad, después de pasar una rotonda, existe un boulevard donde abundan los restaurantes, bares, cafetería y lugares de ocio. No fue menester buscar mucho, pues caminando a lo largo del boulevard, después de haber aparcado el vehículo, se allegaba a nuestra nariz el olor a asado. Siguiendo el hilo y viendo humo que salía por un respiradero vinimos a parar a un restaurante donde se servían chuletas de ternera asadas de Tras-os-Montes. Tuvimos que esperar algo, pues el restaurante estaba muy solicitado, pero, al final, ocupamos una mesa y comimos de forma opípara. Las chuletas estaban guarnecidas con productos típicos portugueses y fueron regadas con una botella de vino curado de la Adega Cooperativa de Ribadouro.

Aunque los días son largos en agosto, las carreteras portuguesas, en aquella época, eran un tanto sinuosas y la velocidad de cruce era harto lenta, por lo que para hacer cien kilómetros solían emplearse más de dos horas. Así, pues, salimos de Mogadouro y nos encaminamos hasta encontrar la carretera general en Pocinho después de pasar por Torre de Moncorvo, vimos la presa sobre el río Douro que se alzaba majestuosa y, sin parar, nos llegamos hasta Celorico da Beira; allí tomamos la IP5 que nos conduciría hasta Viseu donde enlazamos con la IP3 que nos llevaría hasta Coimbra en cuya ciudad nos paramos a reposar y a pasar la noche.

Lo primero que hicimos fue buscar una pensión donde dormir. Creo que se llamaba “A balada do Mondego”. Precisamente, y antes de que anocheciera, dimos un paseo por la ciudad y sobre el hermoso puente del Mondego en donde se adivinaban los cantares y baladas de las lavandeiras. Cuando las luces de la ciudad comenzaban a multiplicarse entendimos que era la hora de reponer fuerzas. No tuvimos que buscar muchos, pues en las callejuelas del centro de Coimbra abundan los restaurantes, cafeterías, librerías y todo tipo de tiendas que hacen de este lugar un sitio encantador y acogedor. Entramos en un restaurante donde la ementa era variada. No tuvimos ninguna dificultad para comer cada cual a su gusto. Para la menina siempre había algún plato especial.

Después de la cena nos quedó tiempo para disfrutar del anochecer de Coimbra, ciudad en la que se nota el sello universitario que le da un aire abierto y señorial de forma conjunta. Allí se respira cultura por todos los sitios y ya en el hablar y ademanes de sus gentes manifiesta su distinción con relación a otras ciudades de Portugal. Después de tomar algo en algún lugar cerca de “A Balada do Mondego” nos fuimos a dormir.

No quisimos abandonar Coimbra sin visitar, mejor mostrar, A cidade dos Pequeninos a nuestra hija de dos años de edad con la seguridad de que se quedaría en su recuerdo. A Cidade dos Pequeninos es un lugar temático similar al de la ciudad de Olmedo en España sobre el arte mudéjar. A Cidade dos Pequeninos es un “parque” en el que se refleja de forma temática el antiguo imperio portugués. Allí están, en miniatura, los grandes edificios coloniales de Goa, Macau, Díu, Timor, Sâo Tomé, Islas de Cabo Verde, Guinea Bissau, Mozambique, Angola, Cabinda y algunos más en los que se representa no solo el imperio en sus aspectos monumentales, también hay una exposición constante de los productos del mismo. Los palacios-casitas son el encanto de los niños, pues caben dentro de ellos y les gusta “estar en palacio”.

Dejamos Coimbra a media mañana y nos dirigimos a Figueira da Foz, a unos cuarenta y ocho kilómetros de distancia y playa natural de la ciudad universitaria. La playa de Figueira, sobre el Atlántico, es enorme. Tiene kilómetros de largo, está protegida por un rompeolas y hay cientos y cientos de casetas de playa. Tras el mar y la playa hay un gran paseo marítimo donde abundan los restaurantes y cafeterías. Sinceramente; Figueira da Foz merece ser visitada. Comimos en alguno de sus numerosos restaurantes y, por la tarde, nos dirigimos hacia el sur hasta Leiría donde cenamos y dormimos. No pasamos por Fátima ni por su famosísimo santuario. A la mañana siguientes nos dirigimos hasta Batalha parándonos a visitar algunos monumentos y haciendo una visita al mercado callejero que suele tener la mayor parte de los días. Así se nos pasó la mañana y fuimos a Nazaré, una ciudad encantadora de pescadores que tiene funicular y todo. Allí pudimos ver cómo secaban los arengues en las redes al sol. Nos gusto y nos quedamos allí un día entero. Pudimos disfrutar de auténticas mariscadas que castigaron nuestros riñones; gozamos de su linda playa y de la afabilidad de sus gentes.

A día siguiente fuimos a Peniche donde se ofrecen al visitante unas estupendas lulas, (calamares). A la entrada de la ciudad de Peniche hay un molino de viento al estilo de los de La Mancha lo visitamos y compramos una reproducción del mismo que aún conservo. Desde Peniche mi señora y la niña hicieron una visita a la isla de Berlenga, tiempo que yo aproveché para dar una vuelta por la ciudad. Quiero resaltar que saliendo de Nazaré nos habíamos parado en Sâo Martinho de Porto, un lugar encantador, antes de llegar a Peniche.

Salimos camino de Lisboa, pero como se hacía tarde, aquel día pernoctamos en Sintra. Allí no hubo playa pero pudimos disfrutar de la belleza de sus palacios y la paz de la ciudad. También desayunamos allí al día siguiente antes de entrar en Lisboa.

Entramos en la capital por Oeiras y Linda-a Velha. Para no perder tiempo visitamos el monumento a los del descubrimiento, “Padrâo dos descobrimentos” desde donde, a partir del Estuario del Tejo, (Tajo), portugal mira los horizontes azules y enigmáticos del Océano Atlántico; también visitamos la Torre de Belem y así nos adentramos en Lisboa para ir a parar a la parte de debajo de la Avenida da Liberdade donde aparcamos el coche. Con todo esto llegó el mediodía y ya no estuvimos buscando restaurante, pues vimos en una calle adyacente de la referida avenida un restaurante self-service y allí nos repusimos. Después de comer nos solazamos en alguna de las numerosas terrazas y, entre la tarde y el atardecer nos dimos un paseo por las calles céntricas de la ciudad. Al atardecer nos acercamos hasta los Cais do Sodre y vimos que estaba a punto de salir un barco hacia Cacilhas, (me habían hablado a mi de ese lugar donde se podía merendar a base de productos del mar); tomamos el barco y nos fuimos a merendar-cenar a Cacilhas, que estuvo bastante bien y a un precio muy asequible. Ya sobre las nueve del obscurecer tomamos el barco de regreso al Cais do Sobre, admirando en el anochecer el maravilloso Puente del 25 de Abril que ata ambos lados del Estuario del Tajo.

Tratamos de buscar un alojamiento, pero por todos los sitios estaba completo y se adentraba la noche. Decidimos abandonar Lisboa y que mi familia durmiera sobre las cuatro ruedas mientras yo conducía. Tomamos en camino de Santarem por Vila Franca de Xira, (entonces la autopista solamente llegaba hasta allí), al salir vimos el indicador de Santarem, pero en algún punto me despisté y observé que estábamos rodando en dirección sur. Llegamos a una pequeña ciudad llamada Coruche. Allí me paré y me cercioré que estábamos circulando en dirección opuesta a la Estrella Polar. Después de haber desandado tantos kilómetros decidí cambiar de itinerario con ayuda del mapa de Michelín y ya continuamos hasta Montemor o Novo en la carretera de Lisboa-Badajoz. En el cruce, para atacar el desasosiego, paramos un rato en la cafetería de una estación de servicio. Decimos continuar por la carretera de Madrid hasta Arraiolos desde donde nos dirigimos has la ciudad de Castelo Branco a la cual llegamos una hora antes del amanecer y aparcamos en la plaza donde ya empezaban a levantarse los puestos del mercado que allí se celebra. Había una cafetería enfrente, pero todavía estuvo cerrada hasta las siete de la mañana. En ese lapso de tiempo había cantidad de trabajadores que acudían a la plaza para ser contratados y fuimos objeto de miradas curiosas.

Una vez levantados los puestos también se abrió la cafetería donde desayunamos con bastante satisfacción y ya nos disponíamos a caminar hacia la frontera española, pero mi esposa no pudo resistir el gusanillo de visitar el mercado y comprar algunas cosas, después de lo cual iniciamos la marcha bastante de mañana. Como yo no había dormido la sombra de una encina me invitó a tomar un descanso de un par de horas mientras la mujer y la niña tomaban el sol a su aire.

Ya algo más fresco por la siesta matutina continuamos el viaje hacia Zebrerira y Segura. El río Erges/Eljas divide ambos países por un pequeño puente romano. Ya pasada la frontera nos dirigimos hacia Alcántara, cuya carretera pasa por encima del famoso Puente Romano de Alcántara. Allí nos paramos durante un rato y tomamos fotos. Tajo arriba y desde el puente se ve la presa del Embalse de Alcántara. Llegados a Alcántara era muy pronto para comer, por lo que dimos una vuelta por el pueblo, tomamos unos aperitivos y para hacer tiempo para la comida nos dirigimos hasta Garrovillas por la carretera de La Mata de Alcántara. En Garrovillas, despues de dar unas vueltas por la plaza buscamos un sitio en donde comer. Había restaurantes, pero ni el menú ni los precios nos convencieron por lo que preguntamos a algún vecino si no había otros lugares en donde comer. Nos indicó una casa de comidas particular dentro de los soportales de la misma plaza. Allí fuimos y comimos estupendamente una comida casera y a buen precio. Café y copa incluidos. Charlamos un rato con la señora hasta que decidimos continuar el viaje cuya meta del día era Coria, pero…pero…como hacía calor a la señora le dieron ganas de tomas un baño en uno de los entrantes del embalse junto a la N-630 donde se junta con la vía del FF.CC. de la Vía de la Plata. Había allí una vaguada y gente con tiendas de campaña. Como quedaba mucho tiempo para llegar a Coria, pues nos quedamos. Sucedío que un rato después el cielo empezó a ponerse obscuro y yo tenía el coche aparcado junto a la vaguada. Le dije a la mujer que debería marcharnos, pero no le dio importancia. Lo cierto es que empezó a diluviar y el arroyo a crecer. El delco se había humedecido y el coche no arrancaba; el arroyo seguía creciendo. Pedí ayuda a los de las tiendas y me ayudaron a sacar el coche de allí junto con la ayuda del motor de arranque. Poco rato después el arroyo había crecido hasta donde estaba mi coche y se lo hubiera llevado al embalse si no lo hubiera retirado de allí. Entonces mi mujer me dijo: ¡Perdona, yo no creí que esto pudiera suceder! Yo estaba calado y mis amigos de las tiendas también, pero todos contentos, pues no había sucedido nada.

Reanudamos el viaje camino de Coria, al llegar a un pueblo que se llama Portezuelo comenzó de nuevo a diluviar. Menos mal que estábamos ya en el casco urbano y había un bar al lado de la carretera. Aparqué el vehículo y nos metimos en el establecimiento, La cortina de agua que caía era tan espesa que no se veían las casas de enfrente. La calle se convirtió en un río y el agua comenzó a entrar en el bar. Ayudé a la mujer a poner obstáculos en la puerta, trapos, cajones y todo lo que pudiera tapar la entrada. A pesar de todo el piso del bar quedó más que mojado. Cuando la tormenta se alejó y la calle recuperó su normalidad quitamos todos los cachivaches que habíamos puesto. La señora estaba contenta de nosotros y no nos cobró la consumición.

Como la tarde se echaba encima nos despedimos de la buena señora. Al pasar por el siguiente pueblo camino de Coria que se llama Torrejoncillo vimos que a nuestra izquierda las colinas parecían cascadas de agua y, un poco más adelante, a la derecha, varias naves de una granja ardían con llamas de varios metros. Era evidente que caminábamos detrás de la tormenta. Al llegar a la entrada de Coria, antes de atravesar el río Alagón, en el puente de acceso las aguas del río cubrían el asfalto en algo más de dos palmos, pero los coches pasaban sobre él. Yo también me decidí entre las lágrimas de la niña y mi mujer. ¡Pasamos! Y al anochecer el cielo de Coria parecía un enjambre de luces en fiestas. Tras la tormenta todo quedó despejado. Allí cenamos y pasamos hasta más de media mañana del día siguiente en que visitamos los monumentos de la ciudad. Coria tiene murallas, (creo que tardorromanas), y un palacio episcopal aparte de estupendos aperitivos. Merece la pena visitar esta ciudad.

De Coria nos dirigimos por la carretera de La Moraleja, Perales del Puerto y Hoyos. Resultó que al llegar a Hoyos vimos un vecino de Valladolid que lo llamaremos José das Ellas y que era amigo y muy conocido por nosotros. Nos paramos y charlamos con él durante un rato. Estaba esperando a alguien a quien tendría que ver. Le dijimos que íbamos a comer a Valverde del Fresno y que por la tarde si estaba en Ellas pasaríamos a visitarlo como así fue. En Valverde comimos bien y hay gente muy agradable. Nos extrañó sobremanera la forma de hablar de la zona, pues no se sabe bien si es portugués o antiguo leonés. Nos dijeron que en la zona se habla el lleunés. Pues muy bien, fue un descubrimiento para nosotros. Un poco más tarde de la sobremesa nos acercamos a Eljas/ellas y visitamos a nuestro amigo que estaba con su señora. Nos invitaron a un café y quisieron enseñarnos el pueblo. Por cierto, muy típico y muy bonito. Es un pueblo típico portugués-extremeño-andaluz por el trazado de sus calles, el color de sus fachadas y un montón de cosas similares. Vimos la torre que queda del castillo, en bastante buena conservación y desde ahí la vista de la campiña poblada de olivos. Vimos la iglesia que está en la Plaza Mayor y que hay una fuente en el medio y visitamos varios bares. Quiso José que visitásemos Sa Martí de Trevejo a pocos kilómetros das ellas. Este pueblo es parecido a otros de la Sierra de Gata y de la Peña de Francia. Son pueblecitos encantadores de sabor medieval. Las calles están empedradas y hay una cierta inclinación hacia el centro para la evacuación de las aguas pluviales. Pasamos la tarde tomando copitas de vino de pitarra o de pitorra, un vino blanco elegante que se da en la zona. Tuvimos que regresar a Eljas para dejar allí a José, pero su amabilidad nos obligó a pasar la noche en su casa por lo que no partimos de Eljas hasta la mañana siguiente.

Regresamos hacia Zamora por Villanueva de la Sierra, Las Hurdes, La Aberca, El Cabaco, La Fuente de Esteban, Campo de Ledesma y Ledesma. En algunos de estos pueblos nos fuimos parando, pues estos lugares de la Sierra de Francia son bonitos en verdad. Durante la travesía del Campo de Ledesma estuvimos a punto de sufrir un accidente. En un cambio de rasante se nos puso delante una liebre que corría como alma que lleva el diablo, pero en esto un águila conejera se lanzó en picado y la cogió. Tuvimos que ralentizar la marcha para no atropellar a ambos animales, pues el águila no la soltaba y apenas podía remontar el vuelo.

Ya en Ledesma visitamos la localidad, que también es muy bonita y se caracteriza porque muchos de sus monumentos y edificios están construidos con piedra de granito obscuro que resaltan su personalidad. Aquel día había feria de ganado y fue una verdadera atracción y no nos fue fácil acomodarnos con holgura en la casa de comidas. Después de hacer un poco la digestión ya nos encaminamos a Zamora donde nos esperaba la nurse de nuestros dos hijos mayores a través de Sayago por Viñuela y el Mercado de Ganados entrando por el Puente de Hierro en la ciudad. Minutos después nos encontraríamos con nuestros hijos mayores para los que habíamos comprado unos recuerdos. También para la nurse.


Estulano