LA SIESTA    (Muelas del Pan)

Corre el año 1953 y es el mes de agosto. Desde la caseta del tejar se divisa ampliamente toda la vaguada de La Era, llena de parvas, muelos y montañas de "bálago”. Únicamente quedan algo ocultas algunas eras de Los Arrompidos. El sol aplasta y todo está en quietud. De vez en cuando se mueve alguna vaca que sestea junto al camino algo más allá de Los Pozos del Tío Trance.

Los chicos del tejar, de nueve y seis años respectiva»ente, cansados ya de hacer bolas de chiquilí de barro, deciden aprovechar el momento de la siesta de sus mayores para ir a buscar guindas y cangrejos al arroyo de Valdemaderos y Maribáñez, distantes algo menos de un kilómetro del tejar. Para ello se proveen de dos talegos a fin de no juntar las guindas y los cangrejos.

Nada más cruzar la zona de El Empalme, se adentran en el soto cuyos álamos blancos mece suavemente la quietud de la brisa estival originada por la hondonada y el frescor del Embalse del Esla, donde muere el arroyuelo. Amparados por la umbría, misteriosa y alegre por el cantar de canarios, jilgueros y oropéndolas y el graznido de las pegas, cuyos nidos de leño ocupan buena parte de los álamos, y a sabiendas de que disponen de poco rato, pues después tendrán que preparar las cosas para pisar la pila ya preparada, se dedican a llenar el talego de guindas de los guindos que en forma seguramente salvaje y espontánea, han crecida a la vera de la humedad del arroyuelo y ofrecen sus frutos desinteresadamente a los amantes de la naturaleza.

Como el fruto es abundante, se permiten tomar de cada árbol las más maduras al tiempo que las degustan sin pasarlas por el agua, aún a sabiendas de que eso está prohibido por la posibilidad de que sobre ellas haya podido pasar algún bicho venenoso. Así, pues, llenan rápidamente el talego y se dirigen a la parte de abajo del arroyo de Maribáñez no sin antes saciar algo la sed por la premura del paseo en la fuente rústica existente en la ladera junto a las pozas del arroyo, en las cuales el cangrejo autóctono abunda sobremanera y se puede coger sin necesidad de otros artilugios que el atrevimiento y la propia mano.

Como el agua es cristalina, y el fondo de piedra apenas se enturbia aún removiéndola, las capturas se realizan con rapidez y pronto el talego es un hervidero de varias docenas de cangrejos. Visto que el reloj de la sombra indica que seguramente las primeras parejas de la era ya empiezan a dar vueltas a la parva, deciden darse prisa y regresar al tejar con el fruto de su vigilia.

Cuando llegan se aperciben de que las puertas de la caseta ya están abiertas y sus mayores preparados de mandileta y sombrero, dispuestos a hacer frente a la segunda parte de la jornada al frente de la gradilla y el galápago. Si no han comenzado ya, es a causa de los niños, a los que no han visto ni el pajar ni en la templadera, lugares donde suelen pasar el rato jugando durante el tiempo de la siesta.

Ya hallados, reciben una reprimenda por la ausencia, aunque agradecen las guindas y las meten en agua fresca para el postre de la merienda, si bien los cangrejos los reciben con desdén por ser considerados poco apetecibles, máxime por lo caro que anda el arroz en estos tiempos. Todo aclarado, y para evitar que hagan más travesuras mientras llega la hora de pisar la pila, les encargan que vayan llenando la buchina con herradas utilizando la polea del pozo, no sin antes advertirles que tengan mucho cuidado.



Edmundo Walter Pelayo (1946-2002)