Cuentos e historias de nuestra Tierra del Pan, Alba y Aliste VI - La solana de Valcuevo    (Muelas del Pan)

LA SOLANA DE VALCUEVO

(VI)

Esta es la última narración de los cuentos de Walter y Luisito en los que van a participar Morena Nieves, Pelorrizo, Luisita y Nányerie, porque hay otros muchos personajes que están esperando participar y ya vamos por casi la mitad del libro de “Cuentos de nuestra Tierra”, que es el título que llevará la recopilación.

Pero hoy, precisamente por ser el último, queremos que participen de una larga y hermosa excursión. Para ello el hada madrina de Morena Nieves no ha ido a la Glorieta, como de costumbre lo viene haciendo, sino que se ha plantado con un fantástico aiga delante del bar “La Parada”. Es el día de San Pedro y estamos en el mes de junio de 2008. Previamente fue a buscar a Walter y Luisito y los trajo en el haiga, pues también a ellos les quería enseñar cosas. El hada madrina venía esta vez vestida de chófer elegante, con camisa blanca y corbata. Con una gorra azul y traje azul, como si fuese el conductor del más alto marqués de la rica Europa, diosa antigua y muy nombrada que ya aparece en las narraciones griegas, latinas y en los grandes escritores del medio evo, incluido el gran tomo de Don Miguel de Cervantes en su grandiosa obra Don Quijote de la Mancha.

Pues bien, no hizo falta que el hada madrina llamase a Morena Nieves, ni a Nányerie ni a Luisita ni a los demás. También estaba allí la Mami, la cual sospechó enseguida de qué iba el tema. El hada madrina invitó a todos y todas a que la acompañaran si deseaban hacer una excursión por la provincia de Zamora. Como era un haiga grandísima había sitio para todos y todos aceptaron. Aquel día de San Pedro la Mami tenía la intención de ir a la ciudad de Zamora a comprar ajos, que son de una excelentísima calidad y, además, a unos precios tentadores.

La Mami dijo: ¡Que se cierren las persianas que nos vamos de excursión! Y así se hizo. Todos subieron al haiga y la chófer, que era el hada, después que todos estaban acomodados, se puso al volante y arrancó. Era un coche especial, tan especial que daba la impresión de no tocar el suelo, (como así seguramente sería). Durante el tiempo que atravesaban la ciudad no se encontraron ni siquiera un semáforo en rojo. Pasaron por delante de la Michelín para tomar la autovía de Tordesillas, un vez en la cual, y aunque parecía que iba respetando la velocidad, se encontraron en un tris en el desvío de Villaester, a cerca de cincuenta kilómetros de Valladolid. En esta salida tomaron la dirección de Pedrosa del Rey, en cuyo lugar no pararon, y se dirigieron a Villalonso donde había un precioso castillo medieval. Allí se pararon ante la Casa consistorial de la Villa donde les estaba esperando el alcalde que se ofreció a enseñarles el castillo, como así fue. En las cercanías del mismo había un grupo de señoras que, aunque muy curiosonas ellas, no se atrevieron a acercarse a los visitantes. Todos quedaron encantados de la preciosidad del castillo y de la amabilidad de alcalde. Éste les invitó a merendar, pero dado que el tiempo corría sin cesar todos dieron las gracias y no la aceptaron. Pelorrizo quedó muy mohíno y maldijo el no haber aprovechado la ocasión. Siguieron el viaje y la siguiente parada fue en Villavendimio, donde había una iglesia colosal y unos bonitos jardines. La visita fue fugaz y tomaron el camino de la ciudad de Toro.

Allí visitaron la Colegiata, algunas iglesias y la Torre del Reloj. Aquella ciudad parecía antigua, con mucha historia a sus espaldas. Estando visitando la Torre del Reloj pasaba por allí el alcalde, que a la sazón se llamaba Sedánez, el cual al ver el haiga no pudo por menos de sorprenderse de tan lindo auto. La chófer, para que guardase un recuerdo de la visita le regaló un pequeño ramo de rosas inmortales como símbolo de la inmortalidad de Toro. Desde entonces vemos en la mesa del despacho del alcalde de Toro un ramo de rosas frescas que jamás se marchitan y que llenan con su aroma el despacho que causa el sosiego y la y serenidad de quienes van a ver al alcalde para hacer una solicitud o manifestar una protesta. Por esa razón Toro es la ciudad inmortal y de la concordia y la batalla que tuvo lugar en sus campos queda como un recuerdo perdido en los tiempos.

Siguieron su viaje y la Mami estaba muy intranquila por el asunto de los ajos. Pero al cabo de pocos minutos ya estaban en la ciudad de Doña Urraca, que así se llama la indomable ciudad de Zamora. Aparcaron sin ninguna dificultad muy cerca de la Avenida de las Tres Cruces, en la cual la cofradía de Los Borrachos invita a chocolate y sopas de ajo en la semana santa zamorana.

La Mami no se conformó con una ristra, compró cuantas pudo dada la calidad y buen precio. También se llevó algunas cebollas y otros productos de huerta para “La Parada”. Ya quería regresar con el botín, pero el hada le dijo que aún quedaba mucho rato para terminar la excursión. Metieron todo en el maletero y arrancaron en dirección al embarcadero de Ricobayo de Alba. Antes de llegar, pocos metros antes, se pararon en el Mesón de Alba y Aliste donde tomaron unos refrescos y varias raciones de pulpo. Allí Pelorrizo se puso las botas y quedó satisfecho de la gira que estaban haciendo. La dueña del Mesón, al ver tanta gente morena preguntó si eran forasteros y adónde se dirigían. Le dio cumplida cuenta la chófer y le dijo que iban a dar un paseo por el embalse, que ya tenían alquilado un pequeño yate equipado con cañas de pescar y catalejos para contemplar el panorama. ¡Ay, que lástima! Dijo Doña María, que así se llamaba la regente del Mesón: ¡Ya me gustaría ir también! Y lo mismo dijo Angelito que aquel día hacía fiesta por no sabemos que motivos. Dijo el Hada: Pues no hay más que hablar si tiene Vd. Quien le cuide el establecimiento. En ese momento llegó la suegra de María y dijo: ¡Bueno, pues podéis ir, no creo que la travesía tarde tanto! ¡Pero tened cuidado con el oleaje del Embalse que ahora con este viento anda muy crecido!

Así pues, todos se subieron el haiga y se acercaron hasta el embarcadero donde ya estaba esperando el yate al que subieron. Antes de zarpar todos ellos fueron equipados con salvavidas en forma de traje Michelín por si hubiera algún encallamiento o peligro de que picase algún lucio y arrastrase al pescador fuera borda.

Al comenzar la singladura se iban quedando atrás las playas de Ricobayo y la de Las Revueltas de Muelas del Pan. Había pequeñas embarcaciones que pululaban por el embalse, pero todos dejaban paso al yate alquilado por el hada. Se pasearon por los entrantes del embalse de Valdelanave y de Valcuevo. Allí hicieron un pequeño alto junto a la playa fluvial natural y se extendió la escalerilla de bajada para que los niños y mayores pudieran conocer el jaral, las encinas y alcornoques que abundan en la zona. Los niños nunca habían visto el corcho al natural y les encantó sobremanera. Cuando estaban observando todas las maravillas del bosque se percataron de que unas sombras enormes les sobrevolaban. Miraron hacia arriba y descubrieron que ello era debido a un numeroso grupo de buitres o quebrantahuesos. Probablemente algún animal se había perdido en el bosque y, ya muerto, venían a dar cuenta de él.

Para no molestarles el hada indicó que había que reembarcar, pues tenían que llegar hasta el Puente de los Cabriles, por donde pasa la ferrovía que une la populosa ciudad de Madrid con Santiago de Compostela y que, en su momento, fue el viaducto de hormigón mayor del mundo.

Pero antes de llegar hasta allí, y en la medida que navegaban, iban viendo en las costas del embalse los pueblos y aldeas que iban dejando atrás. Hacia la izquierda vieron a Villaflor de Alba como si fuera un nido entre las jaras. Un poco más allá estaba, situada en un valle que rompe un laderón, con su iglesia que destaca, la pequeña aldea de Villanueva de los Corchos. Pero el yate seguía rompiendo las aguas y, ya al fondo, se veía un puente mientras a la derecha se apercibía la Urbanización Palacios. Pasaron por bajo del Puente de Manzanal, que no había uno, sino dos, que al estar tan juntos, que parecía uno solo. El capitán del yate les explicó que había un tercer puente oculto bajo las aguas y semidevorado y lamido por las aguas. Un poco después se veían algunas casas del pueblo llamado Manzanal de Barco.

Continuaron hasta llegar al lado del puente de los Cabriles. Con tantas maravillas que ver todos habían dejado colocadas las cañas en su sitio y admiraron la grandeza del Puente de los Cabriles. Tuvieron suerte, pues en aquellos momentos pasó un tren talgo camino de Santiago a tal velocidad que quien no prestó la atención debida se le marchó la imagen.

Estuvieron todavía allí algunos minutos con el yate parado, tiempo que aprovecharon para dar cuenta de unos pequeños bocatas que el hada madrina tenía previstos y unos refrescos que fueron la delicia de todos.

Después de todo esto el yate regresó al puerto fluvial de Ricobayo de Alba y en cuyas cercanías se había congregado todo el pueblo, pues había corrido la voz de que unos visitantes de color estaban haciendo una travesía por el embalse. Anteriormente la gente se asombraba del haiga y se hacían cruces de a qué millonario podía pertenecer tan lindo coche.

Los ricobayinos participantes en la navegación, junto con Walter y Luisito, se quedaron allí mismo y dijeron a la madrina que regresarían andando a Muelas. Angelito no decía nada y se las vio negras para quitarse el salvavidas.

El chófer del haiga montó a todos los demás previa despedida de los que en Ricobayo se quedaron. Pelorrizo, Luisita, Nányerie y la Mami, quedaron muy contentas de haber hecho nuevas amistades. El chófer, con su camisa y corbata, su gorra azul y su traje azul, se despidió de Angelito y, sin que éste se diera cuenta, le deslizó un huevo de pascua en el bolsillo, de esos que llaman Kirderei, dentro del cual había un librito de cuentos de Calleja para que se entretuviera durante las vacaciones del verano, el cual nunca leyó por ver las letras tan chiquitas y que guardó en una cajita de cristal para cuando fuera mayor y tuviera gafas.

El haiga arrancó y ¡Zass! en un santiamén se presentó en Valladolid delante del Bar la Parada. La Mami recogió todas las compras de ajos, cebollas etc. y las llevó rápidamente a la cocina. El resto de los niños ya se entretenían viendo las fotos que habían tomado en el transcurso de la excursión.

El hada madrina de Morena Nieves, dándole un beso especial a ella, se despidió de todos con mucha satisfacción y prometió volver algún día para realizar una nueva salida por los bellos parajes de la provincia de Zamora.


Estulano