UNA PERSONA DE FORTUNA    (Castronuevo de los Arcos)

Hay quien mide la riqueza en posesiones materiales, quien trabaja de forma desmedida para acumular bienes, aunque apenas disponga de tiempo para disfrutarlos. Conozco personas que se han matado literalmente trabajando para obtener un estatus del que no gozaron porque la vida les asestó una estocada en forma de un infarto fulminante.

Me gusta aprender esas lecciones de gente curiosa que, como yo, contempla la existencia de los demás sentados en la antesala de la propia, actuando como mirones de un espectáculo indiscreto del que asimilan vivencias y adquieren experiencia, aunque sea a costa de otras vidas.

He aprendido a validar el tiempo día a día, minuto a minuto; a bendecir cada mañana por tener el privilegio de asomarme a un nuevo día; he aprendido a decir “te quiero” a los que amo, a disculparme cuando yerro, a condensar sensaciones, a estremecerme por la emoción de unos versos, a leer durante horas e imbuirme en una historia que protagonizo y hago propia, a pasear en soledad por un jardín y perderme entre setos o caminos de arena mientras permito que mi imaginación divague libremente… esa es una de mis mayores riquezas; la otra la forma un grupo pequeño, pero especial y único, de personas a las que puedo llamar “amigas”, las de verdad, esas que están ahí en los buenos y malos momentos, las que no te olvidan, las que apoyan las buenas ideas, las que saben juzgar sin herir, aquellas que sonríen para mí cuando son ellas quienes necesitan aún más esa sonrisa.

Mi escala de valores nació el día en que perdí a alguien muy querido; fui aprendiendo de su silencio en la enfermedad, sin un mal gesto, siempre con buen talante, aunque tuviera partido el alma y roto el cuerpo de dolor. Aprendí de su mirada cuando ya no podía expresarse, de la fuerza de su espíritu apoyada en una respetuosa religiosidad que yo no compartía… y aquella durísima experiencia fue mudando mi piel a la vez que me desprendía de una dermis gastada, insulsa y anodina. El cambio obró milagros internos, de la mente, el espíritu y las sensaciones como nunca pude imaginar y me convertí en otra persona; alguien más sabia, más íntegra, movida tan solo por aquello que merecía la pena; descartando lo superficial, lo crematístico, lo banal…

Me gusta el silencio, despeja mis sentidos, ayuda en mi trabajo de encontrar palabras aletargadas para que surjan y vayan llenando el papel en blanco, y también necesito proyectos para tener objetivos y luchar hasta lograrlos; por lo general se trata de planes ambiciosos para mejorar el pueblo y la ciudad que me vieron nacer y crecer porque siento una deuda de gratitud con ellos, ya que fueron la cuna que meció dulcemente mis primeros sueños.

Silencio, amigos, familia, recuerdos y tiempo son los motores de mi vida; no necesito mucho más. Me considero una persona de fortuna.

Mª Soledad Martín Turiño