MADRE    (Castronuevo de los Arcos)

Antes de que lleguen las brumas del olvido y se desdibuje aquel rostro tuyo que amé tanto, y la memoria se detenga en apenas un puñado de recuerdos confusos que con el transcurso del tiempo elaboramos un poco a la carta, tiñendo la realidad en beneficio de lo se quiere rememorar; antes de que el ejemplo que nos diste se convierta en un desteñido pensamiento, antes de que ya no sienta dolor por tu pérdida porque también yo haya envejecido y mi alma esté cubierta por una pátina dura, impenetrable a más dolor… antes de que ocurra todo eso, quiero abrazarte de nuevo hasta quedar exhausta, mirarme en tus ojos sin parpadear para no perder ni un solo instante sin desviar mi vista de la tuya, escuchar cada palabra que pronuncies, aprender de cada silencio, y te pediré disculpas por mi insistencia cuando quiera inmortalizarte en una fotografía que también ha de desvanecerse con el paso del tiempo.
¿Cómo se puede seguir viviendo cuando hemos perdido a alguien que amamos? ¿Dónde encontrar un refugio para calmar tan ardiente dolor? ¿Por qué se queda el mundo tan vacío cuando se van aquellos que queremos?
Y, sin embargo, la rueda de la vida, que es caprichosa, inconstante y no siempre justa, gira sin cesar llevando consigo los cuerpos y almas de aquellos que todavía necesitamos, sumiéndonos en un dolor lacerante y un vacío imposible de paliar. No es cierto el dicho de que “un clavo saca a otro clavo”, ni tampoco el aserto de “la mancha de la mora con otra verde se quita”; cada amor que engrandece el corazón y nos hace ser mejor personas no puede olvidarse cuando se ha perdido, ya sea debido a circunstancias naturales, como la muerte, u otras sobrevenidas como puede ser el desafecto; en ambos casos el ser amado ha dejado una huella que no se extingue cuando se acaba, sino que persiste en nosotros dejando una huella indeleble; y si el amor perdido es de nuestra propia sangre, entonces esa pérdida será mucho más acusada.
Hoy, cuando evoco tu recuerdo ante una de esas fotografías que salvaguardan tu memoria captándote en un concreto instante de juventud, de felicidad, de ternura o de salud, quero tenerte para siempre en mi mente y trataré de preservar ese recuerdo y regocijarme con él en los momentos en que la nostalgia me encadene el alma. Te rogaré y me bendecirás con los favores que solicite porque estás a la derecha del padre, ese en el que tanto creías y, desde ese puesto privilegiado, haces que te sienta cerca. Cada noche, cuando mi cabeza se recuesta en la almohada levemente perfumada, en ese momento íntimo en el que las vendas caen, invoco tu nombre y solo deseo que hayas alcanzado la paz en ese otro mundo desde el que nos miras hasta que podamos, de nuevo y para siempre, reunirnos contigo.

Mª Soledad Martín Turiño