LO QUE DE VERDAD IMPORTA    (Castronuevo de los Arcos)

No me valen las quejas sin motivo, e incluso las que lo tienen, pero se critican sin más. No me vale el acto de contrición sin propósito de enmienda, los golpes de pecho sin arrepentimiento sincero o pensar que pecar sale gratis tras una simple confesión y una posterior penitencia. No me vale la gente que siempre creer tener razón; los que están encantados de conocerse a sí mismos y van por la vida henchidos como pavos, exhibiendo su pompa en la certeza de que nadie les influirá porque son infalibles.

No me valen las compensaciones fatuas que esconden una disculpa nunca pronunciada, ni aquellos que miran para otro lado con tal de no encarar los problemas, ni me vale tampoco la superficialidad que suele ir de la mano de la ligereza y la imprudencia.

Me gusta la gente noble, la que mira de frente y sin miedo a los ojos ajenos. Me gusta el que asume sus errores, quien se equivoca y procura enmendarse, los que llaman a las cosas por su nombre. Me gusta los que saben el lugar de donde vienen y el sitio que ocupan en la sociedad, los que se ganan el sueldo honradamente, los que no hacen trampas, quienes van con la verdad por delante, sin reforzar sus argumentos sacando los trapos sucios de los demás.

Me gusta la gente afable, que sonríe, que integra al desconocido; me gustan las personas honestas, amables, educadas, diligentes, cordiales; aquellos que honran a sus antepasados, que se ocupan de los demás; me gusta la gente que aprende cada día, los que se forman, estudian y trabajan para alcanzar una posición de privilegio personal de sabiduría y preparación.

Detesto a la gente lánguida, insulsa, amoral, sin objetivos, a los murmuradores, los caprichosos, los tornadizos, los que pasan por este mundo sin aportar nada bueno, los insociables que se consideran mejores que los demás y, por ende, piensan que nadie está a su altura. Detesto a los hipócritas y la hipocresía, la doble vara de medir, las medias palabras, las mentiras piadosas, las medias verdades, la falta de honestidad. Detesto las sonrisas superficiales, el apretón de manos blando y escurridizo, la incoherencia entre la palabra y los hechos; el no ser consecuente, el llegar a la meta a toda costa, aunque sea pisando al de delante. Detesto a los que se consideran superiores y miran a los demás por encima del hombro.

Confío en quienes abanderan una causa y luchan por ella, en los que pretenden dejar el mundo mejor que lo encontraron; en la gente luchadora, los que predican con el ejemplo, las personas íntegras… porque ellos sí merecen mi respeto y en ellos quisiera reflejarme.


Mª Soledad Martín Turiño