EN VERANO    (Castronuevo de los Arcos)

En verano los niños escapan al rio para bañarse, esconderse entre los juncos e intentar atrapar alguna rana saltarina. Lo importante es salir de casa y gozar del aire libre, huir de las restricciones paternas y perderse en la soledad del pueblo donde no hay peligro alguno y sí multitud de distracciones.

En verano las tiendas de los pueblos están más surtidas porque la ganancia es mayor debido a los forasteros que se arreglan con los productos locales; otros prefieren, sin embargo, acercarse a la capital para comprar viandas suficientes y llenar arcones y frigoríficos con el fin de que el sustento esté asegurado sin salir de casa. No obstante, hay gente que gusta de ir a buscar la leche recién ordeñada o los huevos caseros de alguna granja vecina, porque no tienen comparación con el sabor de los que se compran en las grandes superficies y están más ricos, además, en el pueblo.

En verano las familias se reencuentran y también es un punto de unión para los amigos que viven fuera, dispersos por toda la geografía y en vacaciones regresan unos días a su lugar de origen. Ya sea en el café o en el paseo vespertino, hombres y mujeres se ponen al día de sus vidas fuera, se comentan y rememoran hechos pasados y suelen prometer que no perderán el contacto, aunque son muy conscientes de que, una vez regresen a su destino, el pueblo con sus habitantes pasados y actuales, quedará cada vez más lejos.

En verano, libres de las obligadas ocupaciones laborales, la gente se destensa, reencontrando un poco de la paz perdida y largamente añorada en los viejos caserones del pueblo, con robustas paredes que impiden entrar al frío y al calor, proporcionando un cobijo muy apetecible. A veces se abren los antiguos baúles descubriendo valiosos tesoros; otras, se bucea en los armarios o los loceros para desempolvar unas sábanas de hilo bordadas por algún pariente, o viejas cartas de amores marchitos y extinguidos.

El verano de los pueblos es sinónimo de tiempo recuperado, de vacaciones con fecha de caducidad, de soledad y silencio, de alguna novena o rosario como excusa para visitar la vieja iglesia con retablos barrocos, los reclinatorios que aún permanecen en el lugar de siempre, la pila bautismal con agua bendita, como dispuesta a bautizar a bebés inexistentes; e incluso predispone a subir al campanario retando la solidez de unos peldaños corroídos por el tiempo y la carcoma, con el fin de disfrutar de una panorámica inigualable del viejo pueblo que, uno tras otro, inmortalizará en sus teléfono móvil para servirles de recordatorio cuando estén lejos.

Mª Soledad Martín Turiño