EL SUEÑO DE LA RAZÓN…    (Castronuevo de los Arcos)

Una palabra oportuna es, a veces, el bálsamo más suave para una herida abierta; igual que una caricia es bien recibida en los momentos bajos, esos en los que el espíritu precisa de armonía, cuando asoma un llanto incomprensible, la voz se quiebra o se agudiza un dolor callado.

La mente es un portento de razones inverosímiles que se mueven en una danza macabra utilizando ideas que bullen y se agitan contorsionando el pensamiento hasta doblegarlo a su absurda irracionalidad. Es entonces, cuando ahíta de cabriolas, solo desea un poco de esperanza para no perder definitivamente la razón.

Si acaso llega el sueño reparador, el pensamiento se sosiega penetrando en los mundos insondables bien de las quimeras o de las pesadillas y se adentra en fantasías que pueden inquietar o relajar. Se cumple, pues, la leyenda del Capricho goyesco “El sueño de la razón produce monstruos” y ciertamente, los desvaríos campan a sus anchas en medio de la vorágine de espejismos que se olvidan casi al mismo tiempo en que la razón vuelve a ser dueña de la mente, al despertar.

No obstante, existe un placer extraño en esa perversión de imágenes en movimiento, confusas y disparatadas que se adueñan de la imaginación y maquinan sin pudor alguno; porque, en ocasiones, sugieren ideas para llevar a la práctica en forma de escritos que, espero, sean comprensibles una vez deshilvanada la madeja que les dio sentido. Otras veces, por el contrario, solo producen un gran tormento que está muy lejos de calmar ese perpetua ansia de aprender, de conocer, de investigar la razón de las cosas, el origen de los acontecimientos o el meollo de los eventos que nos conciernen y forman parte del día a día en que estamos inmersos.

En cualquier caso, es preferible el bullir de ideas que la ausencia de ellas, anteponer el malestar si ello provoca un tema sobre el que pensar, a la reducción a la nada, aunque seamos conscientes de la calma que origina el no padecer, ni pensar, ni sentir, ni discriminar; hay personas que viven así y son felices, para mí no lo quiero.

El hecho de provocar que la imaginación se halle en perpetuo movimiento me hace sentir viva y, al mismo tiempo, es un recurso de instrucción para que cuando llegue la vejez no esté anquilosada y siga relacionándome con el mundo que nos rodea; esta existencia única, criticable y maravillosa, que cada día agradezco por el mero hecho de disfrutar de ella, ya sea de manera reposada –pocas veces- o espoleada por el afán de vivir con intensidad los acontecimientos que, a cada instante, nos depara.

Mª Soledad Martín Turiño