COMPARACIÓN ENTRE GENERACIONES    (Castronuevo de los Arcos)

Estamos tan lejos que a veces la distancia me crea un problema insalvable, aunque soy consciente de que es tan solo una cuestión mental, porque con las nuevas tecnologías podemos hacer video-llamadas a tiempo real; sin embargo aún no se han inventado los abrazos virtuales, la calidez de un beso en directo, el apretón de manos… y eso es lo que echo en falta. En esta sociedad multicultural, donde no hay barreras ni otras fronteras que aquellas que nos imponemos cada uno, la soledad campa a sus anchas pese a que, paradójicamente, estemos rodeados de gente y de opciones de ocio. Veo a una juventud aburrida, ausente y nada implicada en los problemas reales de la cotidianidad, instalados en una complacencia deliberada por el dolcefarniente, cegados por el móvil del que no se despegan ni un momento; los veo superficiales, indiferentes, apáticos, pendientes de hacerse fotos, de subirlas a las redes sociales; les oigo hablar y son conversaciones frívolas, hueras…

Cuesta encontrar a muchachos comprometidos, a jóvenes conscientes de sus responsabilidades para con los demás: sus padres o su familia; porque están más interesados en los cientos de amigos virtuales sin rostro que aumentan su cuota de popularidad cada día. Me duele ver en ellos un egoísmo muy lejano a la ingenuidad que caracterizaba a la generación de sus padres, y eso pese a gozar de medios económicos suficientes para satisfacer sus caprichos probablemente porque nosotros los padres, en la falsa creencia de que hacíamos lo mejor, les hemos dotado de todo aquello que demandaban, creando sin querer una juventud sin valores, sin ambición, sin compromisos y con demasiado personalismo.

Otro de los problemas que observo al estudiar esa generación es el interés exacerbado por viajar; España les sabe a poco y cuanto más lejano sea el destino, tanto mejor. El hecho lo favorecen empresas aeronáuticas de bajo coste que incitan a que por poco dinero la gente pueda correr mundo, y no son destinos culturales sino lúdicos, de borracheras y de saraos continuos que se propician casi desde la época del colegio y se van fomentando en el bachiller y en la universidad; y, por supuesto, no hablamos de los llamados “años sabáticos”, opción por la que muchos jóvenes se han decantado antes de empezar una carrera por aquello de que necesitan desconectar antes de continuar los estudios. Esta actitud, que se la pueden permitir porque los padres se lo consentimos, no hila en absoluto con la generación anterior donde todo era poco para acabar cuanto antes los estudios y empezar un trabajo y un futuro con que ganarnos la vida. He de confesar que no me gusta lo que veo y, en la comparación de estos hijos con sus padres, aún a pesar de los muchos beneficios que disfrutan, creo que salen perdiendo en madurez, exigencia y cordura.

Mª Soledad Martín Turiño