VILLAFLOR DE ALBA

Muchas veces cuando niño,
desde el alto La Solana,
a la umbría del camino
yo Villaflor divisaba.
Malo llamaban al río,
tan malo que separaba
Villaflor de Villanueva,
aunque fueran bien hermanas.
Malo, pues casi nacido,
no busca la mar salada,
que dormita en El Embalse
antes de emprender andada.
Para besarse y quererse
lo cuzaban en la barca,
pues de tanto arañar fondo
el agua ya reculaba.
En Villaflor las mujeres
hacen geras alistanas
y el tiempo libre que queda
hacen cisco con las jaras.
Con borriquillos pelones,
de tres hacillos la asnada,
en Muelas por tres durillos
venden la llamada carga
de jaras muy retorcidas
y, por dentro, muy ahuecadas
que dan para una cuartilla
y hogaza bien amasada.
Cuando el sol ya por Aliste
se torna rojo-naranja,
en Villaflor la penumbra
tiende su manto inhumana.
Entonces las chimeneas
buscan el cielo axfisiadas
lanzando lenguas azules
del crepitar de las jaras.
El negro más absoluto
no se refleja en las aguas
y la luz de los candiles
tremula dentro las casas.
Desde arriba Villanueva
hace guiños a su hermana,
pues los watios del embalse
relumbran en la montaña.
Suspiros de Ricobayo
que a dos leguas no se paran
y por caminos de cobre
resuenan en las Vizcayas.
El ulular de los lobos
despierta el monte dormido,
silente, Villaflor duerme
soñando con su apellido.


Luis Pelayo Fernández