UNA DE NOSTALGIA

Aquella escuela simple, con suelo de madera,
pupitres al uso, pizarra y pizarrines,
que olía a goma quemada y a ilusiones tempranas
la llevo en el recuerdo como una epifanía.

Sentadas las niñas con cara de susto
acataban la voz que dictaba sentencia,
la vara en la mano por si se desmanda
algún alma blanca que se despistara
y ella, enjuta, triste, era la maestra.

Enseñó las lecciones a fuerza de insistencia,
rezamos y cantamos las glorias de la patria,
con los puños en alto sin saber qué era aquello
pero, ¡cualquiera preguntaba aunque fuera al maestro!

Nos hicimos mayores asumiendo, acatando,
con sensatez, obediencia y mucho trabajo:
trabajo en la escuela, ayudando a la madre,
auxiliando hermanos y jugando muy poco.

Eran otros tiempos, me dices enseguida,
y yo que te miro: relajado, satisfecho,
ocioso y sin quehaceres,
recuerdo mis tiempos, sonrío y te digo
porque no podrías siquiera entenderlo:
“llevas razón, hijo, eran otros tiempos”

Años de mi infancia que quedaron marcados
con luz tenue a fuego lento,
ahora son resquicios de una lenta añoranza
que llena mis horas de nostalgia
e ilumina mi corazón henchido de orgullo
por haber gozado y padecido aquellos males
que tanto bien surtieron en el futuro.

Mi vieja escuela ya no existe,
rehabilitaron su contenido
y ahora solo quedan resquicios
de un ayer perdido para siempre
en la realidad y reencontrado en mi recuerdo.

Mª Soledad Martín Turiño