TIERRAS LLANAS

Tierras recias, surcos duros,
germinar tardío, pendiente del cielo
que marca los tiempos.
Labrador de antaño, hombre de mi pueblo,
enjuto, vencido, de pelliza y gorra,
de manos de acero y callos sangrantes,
caricias que arañan con sus asperezas,
mirada intensa que habla sin palabras.

El zamorano parco, serio y circunspecto,
solo ante sus tierras sonríe orgulloso,
lejos de la gente, en comunión perfecta,
tierra, alma, sueños y trabajo duro,
así se forjaron esos hombres recios.

Tierras de secano, mezcladas con paja,
agua y pala hasta crear una argamasa
dura como piedra, luego le dan forma
de falsos ladrillos y el sol hace el resto.
Se seca la mezcla y nace el adobe,
se revisten lindes, se fabrican casas,
amplían espacios para establos, cercas,
paneras, corrales, bodegas,
palomares e incluso cochiqueras;
todo se resuelve con la pasta mágica
que ofrece la tierra: barro, paja, sol y agua.

Paisaje de barro que pinta la llanura,
tierras agrestes dominadas por el hombre
y reconvertidas para dar pan y vino,
el cuerpo y sangre de Cristo nada menos.
¡puede haber un trabajo semejante!

Contemplo las planicies, las anchas estepas
de esta vieja Zamora olvidada por todos
y la siento en el alma, la amo más que nunca
por sentirse tan sola, lejana y desdeñada;
luego miro mis manos y veo las de mi padre
y las del viejo aquel que era mi abuelo,
manos sangrantes, encallecidas, curtidas
por el sol, la tierra y aquellos fríos
y me siento orgullosa de venir de aquel pueblo.

Mª Soledad Martín Turiño