SI PUDIERA REVIVIR INSTANTES

Si pudiera revivir instantes o rescatar momentos
no dudaría en recobrar el aire
cálido de aquellos veranos de mi infancia;
la villa, el rio, algunas huertas
donde íbamos furtivos unos cuantos
para robar con pillería sana
peras o higos que eran festines
celebrados con jolgorio tras la fechoría.
Bañarse en el rio era un peligro
al hundir los pies en un mar de lodo
hasta asentarlos, sin pensar lo que habitaba allí abajo.
Todo eran risas para combatir el miedo
porque éramos valientes, intrépida muchachada
que hacía piña para ocultar sus recelos.
Subir a la villa constituía un hito
y bajarla deprisa otro más grande;
acercarse a las ruinas del castillo
o al viejo cementerio de atardecida,
cuando las sombras invadían las calles,
era una brava y singular porfía
que se hacía tan solo porque el grupo lo demandaba.
Huir de aquellas insufribles inyecciones
de hígado de bacalao era una afrenta,
y yo al sentir que llegaba el practicante
iba sigilosa a casa de mi abuela,
entraba en la alcoba grande, siempre oscura,
y allí, en silencio, tras la puerta agazapada,
respiraba con un hálito de aliento
hasta que mi padre descubría la farsa.
Entonces, cogidita como un fardo
me llevaba a la cita con la aguja
entre un revuelo de piernas y faldas.
Si pudiera revivir instantes o rescatar momentos
no dudaría en recobrar el aire
de aquellos años en mi Castronuevo
donde crecí sin saber y viví una infancia
sencilla, inolvidable y blanca.

Mª Soledad Martín Turiño