PÉSAME

Pasa un ángel de silencio
entre ese grupo de enfrente que está serio,
juntos, reunidos en un grupo,
cariacontecidos, distantes y graves
saludan uno a uno a cada miembro
de la comitiva que pasa en hilera.
Algunos pronuncian palabras inaudibles,
otros callan la voz, hablan con los ojos
en miradas penetrantes un segundo
que comulgan con el silencio.
Pasa la fila interminable, llega el último
saludo y las manos duelen
de apretones sinceros, de unión de almas
que saben tratar el dolor, es el precepto;
luego le dejan solo, inerte tras los cristales,
cierran la puerta y todos salen.

Las palabras manidas en estos casos
preceden al silencio porque se ha dicho todo,
el cuerpo está agotado, la mente vacía,
el alma dolorida, muerto el corazón,
roto el equilibrio que media entre la vida
que ha de proseguir y la muerte que queda
aislada en una urna de cristal, a solas,
esperando al viaje de partida
hacia esa morada eterna que aprendimos,
hasta cruzar por la laguna Estigia
previo pago al Caronte que nos lleve
a ese otro lado, el de la vida,
la vida sin límites, la luz eterna,
el placer indescriptible y el sosiego.


Mª Soledad Martín Turiño