NIÑA DILIGENTE

Con cautela, sin bajar la guardia
escucha la niña con mirada inquieta
el verbo de la maestra y, aplicada,
aprende de memoria y absorbe conocimientos
desde que llega a la escuela en la mañana.

Vive modestamente en una vieja casa
con varios hermanos, abuelo y padres
juntos en una armonía difícil,
más contubernio que paz deseada.

Ella vive a su modo, cumple las tareas,
escapa cuando puede de la casa
y suele sentarse al abrigo de un roble
para escribir en su cuaderno de bitácora.
Son sencillos sus rasgos, infantiles,
perseverando con cada trazo, una letra,
y otra más como le han dicho,
sin saber siquiera qué representan.
Mas un día, a fuerza de constancia
se produce el milagro y da con algo:
una letra y otra formando palabras.

¡Qué milagro fue aquel descubrimiento,
qué fenómeno, qué asombro, qué alegría
se dibujó en el rostro de la niña
cuando ganó en la batalla por su empeño!

La madre la contempla alborozada
sin decir una palabra, sin un gesto,
sin osar siquiera a imaginarse
el tesoro que guarda en su silencio.
Ve a su niña que saldrá de la cabaña
a emprender un futuro lejos de ellos
y llora, llora a solas de alegría
porque vislumbra una buena vida en su sueño.

Se irá la hija y quedarán varones
para sustentar la casa, buenos hijos,
luchando por el pan, a surco abierto,
bregando cada día, sin palabras,
sumando como los padres con los dedos.

Si regresa la hija acaso un día
no será esta niña que ve con alborozo,
regresará mujer, más docta e ilustrada
y entonces acaso recuerde que un día
siendo niña la madre le dio alas
para que volara hasta el viejo roble
dedicando su tiempo a las tareas
de aprendizaje, escuela y enseñanza.

Mª Soledad Martín Turiño