MADRE

Pañuelo negro cubriendo la cabeza,
mirada torva, aspecto discreto,
ojos exangües, gesto crispado
y manos ocultas tras los brazos cruzados,
camina despacio tarde tras tarde
carretera arriba hasta el camposanto.

Va a ver a su hijo de negro enlutada
se sienta en su tumba, le habla bajito
y como si le oyera transmuda su rostro,
sonríe y agita las manos
conversando ajena de lo que se dice
abajo en el pueblo con maledicencia.

Que perdió la razón y ya es solo un fantasma
a quien nadie mira, con quien nadie habla,
solo entre los muertos encuentra consuelo
a un dolor inmenso, a un jirón del cuerpo
que le rasgaron un día cuando era más joven
y vivía en calma, vivía y reía
hasta que un buen amigo se acercó despacio
y bajito al oído le susurró algo
que la sacudió de golpe hasta morir en vida.

Hoy, tras una década de oscuro silencio
regresa enlutada como cada tarde,
cansada por la vida que nunca fue fácil,
llega al camposanto, se sienta y no habla
pues le falta el aire y dobla las piernas
hasta caer a tierra débil y agotada.

A esa pobre madre tomada por loca
la encontraron un día en el cementerio,
yacía sonriente junto a aquel hijo
que se le fue pronto y la mató en vida;
uno y otra unidos descansan en tierra
juntos para siempre y por siempre ligados
como uña y carne, como hijo y madre
juntos para siempre hasta el fin de los días.

Mª Soledad Martín Turiño