LOS PUEBLOS DE ZAMORA

El Valderaduey transcurre con su porte digno
entre los juncos de mi pueblo amado,
sus aguas tranquilas apenas se inmutan
por la presencia de intrusos que pescan en la orilla.

Recorro su cuenca contagiándome del frescor
que esparce la vegetación cercana al cauce
y sirve de solaz para un paseo grato.
¡Valderaduey! denominación espléndida
para un regato en sus horas bajas.

Así somos en esta dura tierra
que componemos lo que falta con nombres sonoros
denominando a nuestros pueblos yermos
con apelativos resonantes, y así han bautizado
villas aludiendo a la zona donde se hallan:
Almaraz de Duero, Cabañas de Sayago,
Cubo de Benavente, Friera de Valverde,
Faramontanos, Moreruela y Ferreruela de Tábara,
Morales de Toro, Melgar y Micereces de Tera...

En ocasiones se enaltecen los caracteres que faltan:
Bustillo del Oro, Fuentelapeña, Morales del Rey,
Moreruela de los Infanzones, Muelas de los Caballeros,
Manzanal de los Infantes, Barcial y Manzanal del Barco,
Bretó de la Ribera, Ayoó de Vidriales,
o mi siempre querido Castronuevo de los Arcos.

Se alude incluso a una ubicación ambigua:
Ferreras de Abajo y de Arriba,
Figueruela de Arriba, Manzanal de Arriba…

O se apunta las particularidades propias de la zona:
Belver de los Montes, Cerecinos del Carrizal
Fresno de la Ribera, Matilla la Seca,
Manganeses, Fresno, Milles y Arcos de la Polvorosa,
Coomonte de la Vega, Gallegos del Río, Cotanes del Monte…

O bien de la comarca zamorana:
Cerecinos, Cañizo y Castroverde de Campos,
Corrales, Gema, Moraleja y Morales del Vino,
Cubillos, Gallegos y Muelas del Pan…

Estos son los puntitos en el mapa
de villas, villorrios y heredades
antaño ostentosas, ahora mudas y sordas,
e inexistentes apenas para los grandes.
Así son los pueblos de mi Castilla,
esos pueblos de hambres heredadas
que enarbolan su bandera inhiesta
a los cuatro vientos para hacerse un eco,
y se pierden irremisiblemente
entre el alboroto de los poderosos.

Pueblos que extinguen con sus gentes
el último resquicio de lo que les hizo grandes,
campesinos marchitos, olvidados, sin sueños
ni tradición que llevarse a las manos;
ganaderos sin ganado, tierra sin trigo,
erial y camposanto, despoblación, cardos
y algún vagabundo que se escapa
y deambula cabizbajo
sin prestar atención a quien le observa,
porque todo da igual, porque no hay remedio,
ni ilusión, ni futuro entre los campos.
Por no haber no hay ni siquiera niños
que perpetúen en sus brazos el trabajo
de generaciones que lo dieron todo
a cambio del olvido a que les relegaron.


Mª Soledad Martín Turiño