JUECES

Llegan sin condescendencia, solo con la aprobación
que otorgan los hombres buenos,
esos que juzgan y sojuzgan sin temblar el pulso
a otros semejantes con criterio cierto,
sin ponerse en su piel porque ¡quién sabe
lo que puede hacerse en un momento de locura!

Son insensibles, jactanciosos, caminan erguidos,
seguros de su triunfo, diríase que transitan
sobre un puente de algodones
directos hacia la misma gloria.

Les veo en la distancia y me preocupa
su desahogo, esa carencia de ternura, esa falta
de aparentes sentimientos.
¡Tan altivo es el porte con que desfilan
entre acólitos, admiradores, adulones,
cámaras, prensa, radio y altavoces
que engordan sus egos sin aletear pestaña!

Me pregunto si llevarán vidas acordes
con el manual de normas que proclaman,
o si las ideas se quedarán en mera literatura
sin aplicación ulterior.
Entre tanto irrumpen en la sala
togados, altivos, imponentes, únicos
dueños de la verdad, omnipotentes casi.

El juicio comienza; la suerte de un hombre
caerá implacable sobre el otro;
Dios juzgue con buen criterio a ambos
para que la verdad se muestre en su esplendor más claro
y no surja el arrepentimiento
o acaso una duda revoloteando en la mente.


Mª Soledad Martín Turiño