ESPERANZA

Cuando se quiere gritar y la voz no alcanza
siquiera a esbozar un lastimero clamor;
cuando el alma parece que se rompe
por las miserias que acontecen en derredor
y ni siquiera los ojos explosionan
en un mar de llanto que los calme;
cuando se vibra al escuchar un poema
con una emoción que eleva a las estrellas
pero nadie comprende ni tampoco acompaña…
¡qué ganas de ser aquel ermitaño
de vida austera y parquedad monástica
que vive alejado del ruido y medita
sin estorbos, llora, ríe y canta
con el Duero bañando sus males
o acompañando su exultante entusiasmo!

Dichoso aquel que no ha de rendir cuentas
más que al río, al junco o la vereda,
y puede caminar sin rumbo cierto,
ni horario, obligación o cortapisas;
porque hallará la paz de su alma,
quimera, ensoñación e imposible para algunos.

Cuando no llega un alma venturosa
para asir tu mano en la escalada
y regalarte la fuerza de su brazo
para no ser una rémora en la cordada,
entonces el abismo temeroso
no es opción, al menos de momento.
Ya llegará la hora de hacer cima
y juntos, con la vista en lo alto
por un instante dar las gracias
por vivir con regocijo y esperanza.

El descenso es siempre más ligero
y una voz surge de lo profundo
en un grito liberador y anestésico
que libera el dolor hasta las entrañas.
Ese fue tu momento, vendrán otros
o, tal vez, no sea siquiera necesario
deshilvanar los pulmones porque estarán henchidos
de aquel placer perpetuo que hallaste en la escalada.

Mª Soledad Martín Turiño