DETRÁS DE LA GUERRA

Releyó las cartas y vivió de nuevo
la ilusión primera de un amor tardío,
desterró sus ansias, le volvió a la vida,
se fueron las sombras y con cada día
llegaban emociones sin poso de miedo.

Fueron días felices de dichas extremas,
de luces sin sombras, de vino y de rosas,
hasta el triste día en que llegó otra carta
con orden de partir de manera inmediata.

Se quedó abatida, rota, sin consuelo,
se alejó su amor, partió con los tercios
y miles de muchachos armados de fusiles
salieron de su tierra para matar a otros
que a nadie dañaron, ingenuos como ellos.

De semana en semana el pueblo en la plaza
compartía las noticias que llegaban del frente,
padres abrazados y rotos de pena
se iban a sus casas constatando el hecho
de que su hijo dormía, ahora para siempre
en un campo lejano que no era de su pueblo.

Ella cada lunes que iba a la plaza
llevaba en sus manos las cartas aquellas
que le dieron vida cuando estaba muerta;
en un rinconcito oía los nombres
con el alma rota de inquietud y miedo
y tornaba a su casa porque en aquel día
su amor adorado no estaba entre ellos.

Pasaron los meses, llegaron los vientos,
las lluvias limpiaron el polvo del suelo,
se renovó el campo en las primaveras
y era más alegre aún aquella espera.

Un día en la plaza mencionaron su nombre,
cayó derribada por un dolor tan hondo
que todos temieron otro mal presagio
cuando observaron que asía con fuerza
misivas arrugadas con furia en sus manos.

Mª Soledad Martín Turiño