DESPOBLACIÓN

Tierras sin nombre como cadencias viejas
que nadie recuerda,
casas vacías de vida y enseres que antaño fueron
la savia del pueblo;
noches oscuras con estrellas que ya nadie observa,
días luminosos de azul turquesa nublados para todos,
cielo refulgente sin ojos que miren
extasiados la magia del brillante tintineo.
Se fueron todos, dejaron la villa,
se perdió la historia, hasta los viejos callan,
los pocos que quedan son ánimas robóticas
que deambulan lo justo por las calles desiertas.
Nadie quiere volver si no es para quedarse
en ese otro pueblo de personas muertas
que se va llenando con los que retornan.
Mi viejo pueblo con sus mil historias
se pierde y no importa, a nadie interesa;
mueren su cultura y sus tradiciones
al ritmo que marcan los ahora influyentes
que dominan todo como antaño hicieran
señoritos y caciques en esta villa nuestra;
ellos eran los todopoderosos,
contaban con criados, con mulas y con perros
y se subían a lomos de un caballo
para demostrar que eran los amos del pueblo;
elegantes y erguidos dejando buena huella
por marcar su puesto de favor y privilegio.
Los días de labor y en los festivos
ocupaban en el altar en su especial puesto
más cerca de Dios que el resto de mortales
que les contemplaban con aquiescencia, respeto y miedo.
Se fueron ya todos, estos y aquellos;
ya es un erial mi querido pueblo,
sin risas, ni rastro de las gentes buenas
que transitaban las calles portando su historia
a vecinos y amigos que eran parte de ellos.
La escuela vacía, la iglesia arruinada,
el bar languidece con apenas dos viejos…
es todo lo que queda del fulgor del pueblo.

Mª Soledad Martín Turiño