CREPÚSCULO

Cuando al caer la tarde se apaga el viento
y no hay murmullos de hojas en los árboles,
cuando aún quedan pájaros volando
ansiosos, de rama en rama, sin descanso…
en ese crepúsculo triste de regreso asceta,
siento como la soledad me azota
y cómo sus tentáculos me atrapan
dulcemente en un anhelo de posesión insensato;
entonces, por un instante, cedo al impulso
de caer en sus brazos y arroparme
con el desdén que emana de su aliento.

Cuando cae la tarde y regresan los fantasmas
soy más vulnerable, bajo la guardia,
cedo al cansancio y por un momento
me regocijo para no pensar en nada,
luego despierto, sacudo la mente perturbada
y sigo adelante, como ayer y siempre,
consciente del hoy, de la vida, de la nada.

Cuando el sol desaparece
en esas tardes en que reina la calma
que bendice los cuerpos y alegra las mentes,
acunados por la tibieza de sus rayos
pienso en ti que hoy vagas en mundos desconocidos
y te culpo por dejarnos en esta pavorosa soledad
que nos va matando poco a poco.

Cuando cae la tarde y anidan en la mente
sombras precursoras de otra noche atormentada,
quisiera gritar y correr sin rumbo hasta agotarme
para no sentir la punzada de tu ausencia.

El ocaso es la noche que se acerca
y con ella regresa la realidad que enturbio
con la luz bondadosa de la mañana
en un bienestar culpable que me aterra.

Cuando cae la tarde y cae a diario
mi alma vuelve a quebrarse a tus expensas
y maldigo la noche que se acerca
porque me hace consciente de este dolor inacabado.


Mª Soledad Martín Turiño