AQUELLOS NIÑOS DE ANTES

Aquellos niños de antes éramos diferentes
no sé si más ingenuos o quizá más felices;
íbamos a la escuela tan solo con un libro
que resumía todo el saber necesario,
las materias más básicas se unían en bonanza
en páginas intensas de las enciclopedias.

El día comenzaba izando la bandera
en patio improvisado de calle del colegio,
luego en pie se rezaban plegarias esenciales:
ave maría, gloria y acaso un padrenuestro
que despertaban almas y preparaban cuerpos
para una jornada de instrucción académica
sin grandes alharacas: las cuatro reglas,
ortografía, la religión cristiana, el catecismo,
y unas nociones fáciles de gramática
compendiaban la erudición de aquellos pequeños,
sin olvidarnos, claro, de los rituales
que se ponían en práctica con todo fundamento
pregonando la corrección basada en la edad
que todos conocemos como reglas de urbanidad

Aquellos niños de antes cuando iban a la escuela
combatían con brasas los rigores del frío,
con castigos feroces la férrea disciplina
y con muy pocos goces los triunfos personales.
Eran niños de barro con solidez de hombres,
sin mayor esperanza que el diario laboro
ni otro futuro que no fuera el de sus padres.

Aquellos niños de antes conforman lo que somos,
asumen con distancia los goces del progreso,
se escaman de la gente que se tildan de buenos,
arriban con trabajo, no temen el esfuerzo,
presumen de muy poco y ya nadie les engaña
con oropeles falsos que antes les dejaban
boquiabiertos. Ya han cambiado y no se cambian
por nadie que engatuse sus ansias.

Aquellos niños de antes son los hombres de ahora
que siguen impregnados de valores, de ética,
de sombras austeras de un pasado glorioso
que robusteció futuros y desenmarañó anhelos,
son distintos, son otros,
no sé si son más sabios, pero sí son más buenos.

Mª Soledad Martín Turiño