EL VALOR DE LAS PALABRAS

Relato con origen : Castronuevo de los Arcos

Me gusta escribir algunas frases que leo o escucho en una libretita que compré con sumo esmero para tal menester. Las palabras son un preciado instrumento que valen mucho más que los gestos o las buenas intenciones, permanecen en la memoria y no se destiñen con el tiempo.

Algunos ejemplos:

- Quod scripsi, scripsi. (“lo escrito escrito está”) (Ver nota 1)
- Verba volant scripta manent (“las palabras vuelan, lo escrito queda”) (Ver nota 2)

La imprecisión de un balbuceo, cuando las palabras emergen de manera temblorosa dependiendo de las circunstancias, la vaguedad que produce una frase fuera de contexto o expresada en una situación de tensión pueden otorgar al oyente una idea imprecisa tanto de su significado, como de la veracidad de quien las pronuncia; sin embargo la expresión escrita no tiene mácula. Lo que queda referido no es fruto de un titubeo sino de la firme voluntad de decir aquello a que nos queremos referir y no otra cosa.

Recoger un grupo de palabras y formar una oración o un pensamiento es un hermosos juego; sirve para concebir historias, describir hechos, rubricar sentimientos y, sobre todo aprender; pero en ocasiones ni siquiera el lenguaje es capaz de expresar una situación de extrema belleza o de extremo dolor; así el término “No tengo palabras” puede aplicarse lo mismo al contemplar la majestuosidad de la Capilla Sixtina que el más horrible crimen, porque ante espectáculos tan dispares el vocablo se queda corto. Los amigos de la palabra (los filólogos), sabemos también que una correcta utilización de términos puede ser como la paleta de un pintor que llega a captar los matices más imperceptibles. Las palabras se adornan con adjetivos, se enlazan con preposiciones, se conjugan con verbos, o se matizan con adverbios; es decir una serie de colores en la paleta son los que diseñarán el dibujo final en forma de frases que, articuladas de modo correcto, darán lugar a una buena historia.

Las figuras literarias (llamadas también figuras retóricas o recursos literarios) son prácticas del lenguaje que se utilizan para otorgar mayor belleza, una mejor expresión a las palabras y más expresividad a los sentimientos y emociones y así nos valemos de: hipérboles, epítetos, ironías, paradojas, comparaciones, metáforas etc., para transformar, omitir, repetir o embellecer las frases. La semántica, al tratar sobre el estudio del significado de los signos lingüísticos y de sus combinaciones, se convierte así en la ciencia de las palabras.

El origen de muchos vocablos proviene del latín o el griego y se han incorporado textualmente a nuestro idioma sin necesidad de traducción; así por ejemplo expresiones como: “alma máter”, “cum laude”, “rigor mortis”, “per cápita”, “carpe diem”, “tempus fugit”, “vade retro”, “quid pro quo”, “ipso facto”…etc., se utilizan en la vida cotidiana y además en campos profesionales concretos, ya sean universitarios, institucionales o áreas específicas de determinadas ciencias; Derecho, Medicina, Economía, etc.

Asimismo hemos incorporado gran cantidad de anglicismos (Ver nota 3) que adaptamos a nuestra vida diaria, en gran parte importando también una determinada forma de vida. El mundo laboral, deportivo, la tecnología o el ocio no escapan a esta moda que ya ha incluido determinadas palabras como oficiales en nuestra propia lengua y los medios de comunicación introducen anglicismos prácticamente en todas sus secciones. Nuestra expresión, por tanto, está cambiando con los tiempos; los términos que usamos no son los mismos que hace uno o dos siglos y no dejo de preguntarme si este cambio ha sido beneficioso o, por el contrario, en lugar de depurar el lenguaje, lo estamos popularizando con expresiones vagas e imprecisas y un lenguaje coloquial que deforma más que forma la cultura hablada y escrita.

Me gusta inventar historias que, sin querer, recrean un poco la fantasía de anhelos no logrados a la vez que conculcan un sentimiento de predicción, de acercamiento a algo incierto pero de cuya existencia no dudo.
Hace muchos años un viejo profesor de letras, ensayista y reputado poeta que tuve la fortuna de conocer tras recibir un premio literario, me aconsejó que los escritores no debían reflejar en sus obras experiencias propias que se convirtieran en un desahogo de sus sentimientos; que se podía tratar del amor hacia una piedra –cito textualmente- aunque fuera el trasunto de nuestro propio amor, pero nunca en primera persona porque eso nos hacía vulnerables y demasiado frágiles ante el público que nos leyera.

He de confesar que resulta muy difícil cumplir tal canon porque puede más mi pluma cuando divaga a su ritmo sin cortapisas que la obstaculicen en su afán por contar historias; así que unas veces inventadas, otras reales, mis relatos vienen a ser una prolongación de mi propio yo; en ocasiones el yo que hubiera deseado ser, en otras un yo desdibujado a través de vivencias ajenas de las que me apropio sin reparos, y así todo confluye en unas historias que surgen sin remilgos más que nada por calmar un ansia de liberación expulsando ideas.

Me agrada ir por la vida con los ojos abiertos, observar a la gente, examinar sus reacciones y aprender de ellos. Todo el mundo, incluso la persona más insignificante, tiene algo que enseñarnos: su coraje, su personalidad, su manera de entender la vida, la forma de vestir, de caminar, de comportarse, su educación, la generosidad que demuestran... e incluso aspectos negativos como: el egoísmo –que aunque no lo parezca es patente a simple vista y se manifiesta en detalles simples-, la tacañería, la testarudez o la mala educación forman parte de la existencia misma y son fuentes de aprendizaje para los ojos ávidos de enseñanza.

Cuando entro en el metro o en un autobús repleto de gente la observación es mi mejor entretenimiento; ver una muchedumbre de diversa condición, de diferentes razas, credos y costumbres apilados en un vagón es una fuente de datos inagotable, tanto por su variedad, como por la velocidad en que cambia el escenario en cada parada con personajes que abandonan y otros nuevos que entran en acción para absorber de ellos su comportamiento y plasmarlo después en mis escritos.

Narrar otras vidas es, en cierto modo, escudriñar y comparar con la propia y ambas se funden con facilidad en los relatos que acaba siendo, en contra de la opinión de mi mentor, un trasunto del propio yo.

Notas:
Nota 1: Responde a la frase "Lo que he escrito, lo he escrito” (San Juan 19-22), que fue la contestación de Pilatos a los pontífices judíos cuando le pidieron que, en lugar de "rey de los judíos" que figuraba en el título de la cruz en la que iba a ser crucificado Jesús, mandara escribir que "Él dijo que era rey de los judíos".
Hoy se emplea la expresión "Lo escrito, escrito está" para manifestar la firme decisión de no modificar un ápice lo que se ha expresado por escrito, e incluso alguna vez de palabra.

Nota 2: “Verba volant scripta manent” es una cita latina tomada de un discurso de Cayo Tito al senado romano, y significa "las palabras vuelan, lo escrito queda". Se resalta con ella la fugacidad de las palabras, que las lleva el viento, frente a la permanencia de las cosas escritas.
En español se dice: “lo escrito, escrito está y las palabras se las lleva el viento”.

Nota 3: Los anglicismos son préstamos lingüísticos del idioma inglés hacia otro idioma. Muchas veces son un producto de traducciones deficientes de material impreso o de secuencias habladas, y otras veces se crean forzadamente por la inexistencia de una palabra apropiada que traduzca un término o vocablo en específico.
Son muy comunes en el lenguaje empleado por los adolescentes, debido a la influencia que los medios de comunicación regionales y foráneos tienen sobre su manera de hablar y expresarse; y también son frecuentes en el lenguaje técnico (principalmente en ciencias e ingeniería), por los grandes aportes que los países de habla inglesa hacen a la investigación científica y al desarrollo de nuevas tecnologías

Mª Soledad Martín Turiño