CAPRICHOS

Relato con origen : Castronuevo de los Arcos

Detesto los caprichos estúpidos de esos niños egoístas que se permiten chantajear a sus padres de forma inmisericorde con tal de lograr sus propósitos; y detesto a la gente que se permite y consiente esos caprichos.

Me molesta profundamente que las personas pierdan sus referentes. Los que no hemos nacido en rica cuna, y nuestros antecesores han sido gente trabajadora que nos han posicionado donde estamos, debemos valorar aún más esta circunstancia y aferrarnos a aquel pasado repleto de enseñanza de unos abuelos y padres que dedicaron su vida a un trabajo continuo, y de ese esfuerzo surgió nuestro desdén de ahora, desdén que debemos abortar antes de que aflore para que nuestros hijos y los hijos de ellos no se conviertan en seres inimaginativos, carentes de ilusión o vencidos por la apatía, lo que puede conducirles irremisiblemente a convertirse en caprichosos, en la más peyorativa extensión de la palabra.

Me duele ver esos niños que se educan en colegios privados, lo cual supone un cierto nivel no comparable a los otros niños que no pueden permitirse este tipo de centro docentes; y me los encuentro saliendo en grupos de cuatro o cinco que bloquean la calle, porque deben de considerarla suya, y no permiten un resquicio por donde puedan caminar el resto de viandantes.

A veces les escucho y me decepciono aún más. Las muchachas, apenas quinceañeras, todas vestidas de la misma forma, las largas melenas peinadas igual, exhibiéndose sin pudor con su indumentaria escasa en la cortedad de sus faldas y en los pronunciados e irreverentes escotes que revelan una impudicia innecesaria; hablan sistemáticamente a gritos, dicen palabrotas superfluas que utilizan como muletillas –quizás para sentirse más escuchadas, o más importantes, no lo sé-, palabras que ofenderían a sus padres y avergonzarían a sus abuelos, y que ellas consideran como su jerga cotidiana.

Los chicos son, tal vez, algo más prudentes, puede que debido a su madurez tardía, o quizás se dejen llevar, pero en los grupos mixtos los noto más pausados, quienes llevan la voz cantante son ellas. Aún tienen un cuerpo de niño que anhela llegar a hombre, son larguiruchos, algunos con un vergonzante acné que no pueden ocultar, otros que han pasado ya esa etapa y son más agraciados, caminan seguros de su físico y hasta lo mantienen con peinados elaborados y cortes de pelo que modifican constantemente.

Estos muchachos, cuando no hablan son presas de las tecnologías; el móvil forma ya parte de sí mismos, van atados a él, se conectan a las redes sociales, twitean, facebookean, miran correos, tienen miles de amigos virtuales por quienes darían la vida, pero no saben del contacto humano, están perdiendo el calor de una sonrisa vecina, de ir a tomar un copa con alguien real o contar confidencias a un amigo de verdad; y así pasan horas pegados a los móviles y al ordenador. Enloquecen con la música y la llevan desde primera hora de la mañana en sus cascos a todo volumen, pero desconocen a Brahms o a Verdi; ellos son más de sonidos grunge, heavy, reggae o hip-hop. Por supuesto las canciones son en inglés, aunque ellos se retraen de estudiarlo, les basta escuchar su sonido, pero ni hablar de dominar el idioma.

Son chicos cómodos, nacidos en una sociedad que luchó para darles lo mejor, fruto de todo lo que consiguieron sus padres a base de luchar por derechos entonces inexistentes. Sus madres se ganaron el privilegio de trabajar fuera de casa en una sociedad en la que sus abuelas tenían como meta únicamente casarse y tener hijos. Aquellas mujeres hicieron compatible el hecho de estudiar, salir de casa y formarse para luego ejercer su trabajo luchando por un trozo de sociedad que fuera destinada para ellas, no solo para los hombres, y esa brecha supuso un gran enconamiento y no poco sacrificio. Por eso, cuando veo a los chicos de ahora, tan egoístas, tan llenos de todo, satisfechos sus caprichos, sin una disciplina que les provoque esfuerzo, sin un ideal, sin ganas de luchar por un futuro mejor, no puedo menos que sentir pena, pena y rabia. ¿Es esto lo que esperábamos sus padres cuando corríamos en manifestaciones estudiantiles detrás de los grises por declarar nuestro rechazo a las normas impuestas, por pretender que escucharon nuestras ideas? ¿Es esto lo que esperaban tantas madres actuales que cuando tenían la edad de estos adolescentes hacían esfuerzos para trabajar, estudiar, y llevar una casa, esforzándose por demostrar que, pese a todo, iban a ser buenas profesionales, madres y esposas?

Me apena y casi me avergüenza no haber sido capaces de prever o cuando menos de poner coto a esta situación que traerá tan nefastas consecuencias a esos muchachos que caminan tan seguros, tan irreverentes, tan llenos de todo y, sin embargo presas de un vacío plural que sus padres nunca tuvieron.


Mª Soledad Martín Turiño