SILENCIO
Silencio. Al final de la tarde
entre el estruendo de la gente,
los gritos de los niños,
las despedidas del autobús,
el trasiego de maletas…
Cuando todo eso acaba
y el ómnibus desaparece
únicamente queda el silencio
atronador, un sosiego que duele,
una quietud que daña los oídos
porque es el sigilo de la soledad,
el espíritu mismo que hace llorar
porque sabes que no existe nadie
que te de una palmada en la espalda,
ningún sentimiento que te permita
continuar, ningún apego,
ninguna esperanza, y entonces
te das cuenta de que estás irremediablemente solo,
condenado a un aislamiento inhóspito.
No tenemos a nadie,
vagamos solos en un mundo lleno de gente sola,
es así de irracional, la consagración del absurdo,
y solo falta reconciliarnos con nuestro propio yo
para perpetuar una existencia cuestionada.
Mª Soledad Martín Turiño