MILI

Mirabas por la ventana con aire ausente,
cuerpo menudo, carita de pena, ojos llorosos
y un mohín de enfado que me divertía
porque a tu pesar ¡estabas tan linda!
Los brazos cruzados sobre tu regazo,
más que causar pena, parecían alas
de un polluelo triste que se recogían
resguardando la furia con gesto gracioso.

Eras la pequeña, el sol de la casa,
la melena espesa ondeando al viento,
el ingenuo velo que cubría tu rostro
de pura inocencia, de frescura nueva
hasta mancillarse al correr el tiempo;
una buena niña a quien todos aman,
el regalo óptimo que bajó del cielo,
la ilusión alegre que bañó el día a día
con risas desnudas de otros sentimientos.

Eras la pequeña, el sol de la casa,
luego, con los años y las circunstancias
que marcan la vida a veces a fuego
serías un destello, una sombra ausente,
mi pequeña hermana, la insignia, ese foco
que indica el camino de los inseguros
guiando su rumbo hasta puerto firme,
ocultando en su pecho las más grandes penas
y sufriendo sola, y llorando a veces
vencías la angustia con mayor denuedo,
el cuerpo derrotado, el alma más fuerte
en cada hecatombe de nuevo vencida.
Eres como siempre el verso escondido
que llevamos dentro quienes te queremos,
me agrada llamarte lo que no crees que eres:
fuerte y muy querida magnolia de acero.


Mª Soledad Martín Turiño