¡S.O.S. POR MIS PUEBLOS DE CASTILLA !    2016-09-30

¡Cómo somos los castellanos! No hace mucho visité Valladolid; como no conocía la localidad y me gusta hablar con los lugareños, pregunté a un hombre que pasaba por la calle qué era lo que había que ver en la ciudad: monumentos, arte, historia, etc. El hombre me observó atentamente sin ningún disimulo, sonrió y dijo con una voz un tanto irónica:

- Aquí no hay mucho que ver. Vayan por cualquier calle y verán que es una ciudad como tantas. No tiene nada especial.

Lo cierto es que me dejó un regusto extraño, porque cualquier ciudadano suele ser más espléndido a la hora de calificar su tierra, y gusta de enseñar hasta el más pequeño rincón que forme parte de ella. Como soy castellana, y conozco un poco el carácter de mis convecinos, culpé de esa actitud a la parquedad que nos caracteriza; sin embargo, me hizo reflexionar.

Castilla se ha caracterizado desde siempre por ser tierra de hombres callados, nada proclives a manifestar sus sentimientos y menos aún a reivindicar lo poco que tienen, siempre con un concepto de inferioridad bajo el brazo, como si no fueran dignos de estar orgullosos de una tierra labrada a golpe de azada, ni de las pequeñas ciudades provincianas que componen el mapa castellano y están repletas de arte, de iglesias, de esculturas y de huellas que señalan el paso por ellas de multitud de pueblos que conformaron la esencia de lo que son ahora.

El castellano mira y admira a los demás y, aunque interiormente se sienta orgulloso de lo suyo, que no cambiaría por nada, demuestra que envidia lo ajeno porque, sin duda, le parece más importante. Si va a una ciudad que no conoce, todo le resultará admirable pero, como el paisano de Valladolid, si le preguntan por su tierra, contestará que no tiene nada significativo para ver.

Le ha venido bien a la historia y los gobernantes pasados y presentes este carácter que tan poco cuestiona; por ello no resulta extraño que el castellano no reivindique el abandono a que somete la Administración los pueblos olvidados de Dios y de los hombres, pueblos que se caen a pedazos, cuyas casas se desmoronan, donde apenas ha llegado la civilización y los mantienen desprovistos de fondos para arreglar sus pequeños tesoros: las iglesias que se derrumban, un ayuntamiento que no lo parece, un río que discurre asilvestrado, plazas sin acondicionar, zonas de recreo inexistentes… ¡qué más da! Nadie reclamará esos derechos que otras comarcas o pueblos más avezados se disputan; por eso, ante negativas o simplemente ausencia de respuesta de la Administración más cercana (gobierno civil, diputación provincial etc.), el castellano se calla y así el problema se olvida. Continúan viviendo y sabiéndose solos, como si no fueran importantes para nadie y lo peor es que poco a poco incluso para sí mismos dejan de tener importancia las cosas y se van apagando en vida como su entorno cercano, sin que a nadie le importe un comino.

¡Es tan injusto! Mi pueblo en concreto, tiene un ayuntamiento que originariamente era una casa más del pueblo y le dieron tal utilidad de manera provisional porque se necesitaba una alcaldía y así lleva toda la vida, pero hoy resulta pequeño, inoperante, en un estado deplorable, orillado en la carretera y a la espera de una ampliación y renovación que no llega; primero fue la crisis el motivo que impidió la reforma, después han ido pasando los meses y todo sigue igual, ¡quién sabe hasta cuándo! Nadie se planta, nadie protesta, se aceptan las explicaciones baldías (cuando las hay) y sigue transcurriendo el tiempo.

Me apena y me avergüenza este tedio que resulta tan complicado de combatir, máxime cuando desde lejos y conviviendo con la santa Administración Central uno ve cómo se desperdician los caudales públicos en destinos fútiles, unas veces porque hay que cerrar las cuentas del año y gastar lo que se concedió so pena de que no vuelvan a asignarlos el año siguiente, y otras porque prevalece el interés de una persona o entidad para utilizar esos fondos no siempre debidamente justificados.

¡Pobres pueblos castellanos, abandonados a su suerte, que sobreviven en su desamparo sin amparo alguno! ¿Habrá alguien que sea su voz en esta sociedad convulsa, prepotente con los débiles y almibarada con los fuertes, o acaso continuarán viviendo en un silencio cómodo para los demás, y dócil para ellos?

¡Mi gente no se merece un trato tan desigual, tan injusto! Desde estas líneas apelo a ese sentido de la responsabilidad tan manido en los últimos tiempos para que les igualen con otros municipios de España, para que les ayuden a resolver sus problemas más básicos de infraestructura, de aislamiento, de soledad, para que se les tenga en cuenta, para que sean conscientes de su existencia…

Si alguien tiene la facultad de velar por ellos, de ayudar a conseguir esos mínimos y de interpelar a las autoridades pertinentes, les invito a intentarlo. Yo llegué hasta donde pude: Gobierno Civil, Diputación Provincial, Ministerio de Fomento… y sus correspondientes intermediarios, pero fracasé en mi intento, porque fracasar llamo a no conseguir resultados por mucho que, en mi osadía, lograra buenas palabras y el reconocimiento de mi noble causa. Cuando ya tenemos una edad, las palabras gratas si no van acompañadas de resultados, a mí no me bastan.

Ahí queda mi propuesta, mi denuncia y mi pesar porque este artículo no es sino una reiteración de palabras ya dichas; ojalá en esta ocasión alguien pueda hacerlas realidad.


Mª Soledad Martín Turiño